El déficit ambiental es tan o más importante que el déficit fiscal
Por Pablo de la Iglesia
Crear marcos que habiliten la producción pagando el alto precio del déficit ambiental evitable, es la norma en la política argentina; aquí no hay grieta, esto se legitima por este y oeste. Nuestro pueblo, apurado por las urgencias interminables, tampoco tiene un respiro para analizar profundamente estas decisiones que afectan nuestra calidad de vida a corto y largo plazo.
En una poco frecuente muestra de instinto de autopreservación en nuestro país, los concejales de Gualeguaychú intentan frenar localmente el cultivo de la semilla de trigo HB4 modificada genéticamente, que, además de las críticas obvias a los OGM, requiere para un mayor rinde el uso del herbicida glufosinato de amonio. ¡Diez veces más tóxico que el glifosato!
Y aunque muchos expertos involucrados son capaces de negarlo sin que se les dilaten las pupilas, no afirmo nada nuevo si recuerdo que los agrotóxicos en uso hasta aquí, son altamente dañinos para la salud y el ambiente.
Los pesticidas, matan las plagas; suelen funcionar hasta que las mismas adquieren resistencia y hay que aplicar más cantidad o nuevas versiones más potentes, es decir, más venenosas. Sin ningún rastro de dudas, estos también son cada vez más dañinos para las personas y otros animales que no son el objetivo. La escalada que esto implica en la homeostasis ambiental, no es muy diferente de lo que está ocurriendo con los seres humanos: cada vez más medicalizados y cada vez más enfermos.
Los argentinos estamos empezando a tomar consciencia de la importancia de administrar las cuentas públicas sin déficit fiscal; la deuda ha cavado una zanja tan profunda, que es difícil imaginarse como vamos a salir en términos realistas. De hecho, mucha gente piensa que cargarle las tintas a la producción con temas ambientales, podría afectar nuestras posibilidades de recuperación económica, sin embargo, la información dura dice que, en los últimos diez años, nuestra capacidad de daño autoinfligido ha venido acompasada tanto en lo ambiental como en lo productivo. ¡Hemos hecho todo mal! Y los países a los que les va bien, hacen casi todo bien. ¡Así de simple!

Por otra parte, Raquel Chan, investigadora del trigo transgénico tolerante a sequía afirma lo siguiente: “Se trata de una herramienta para producir mejor y preservando un recurso ambiental fundamental como el agua”. ¡Un disparate! Dejando de lado los cuestionamientos a los OGM en sí mismos, más allá del uso cuantitativo del agua, importa más el estado cualitativo con el que vuelve al sistema luego de haber sido contaminada por agrotóxicos. ¡No es aceptable que nos sigan tomando por tontos sin consecuencias!
La investigadora, para justificar esta tecnología, también explicó que “Argentina vive por el momento de la exportación de cereales y es una realidad. En ese contexto, la tecnología de la que estamos hablando es muy importante, veamos lo que está pasando en Europa: hay escasez de trigo por la guerra entre Rusia y Ucrania”.
Por supuesto, no es intención de este columnista negar el papel central con que el campo bendice a nuestro país y, realmente, espero que siga siendo así por siempre y con eficiencia creciente, buscando que, por un lado, mejoren nuestros ingresos, y por el otro que no tengamos que hipotecar nuestra salud y nuestro futuro.
Una producción limpia, regenerativa y sin transgénicos no es algo imposible ni mucho menos; ya está ocurriendo en muchos lugares, y para que eso ocurra en nuestro país a una mayor escala, hay que trabajar en la capacitación y comprender que los ahorros que se obtendrán por la menor necesidad de paquetes tecnológicos habrá que reinvertirlos en más mano de obra. ¡Y esto también es una maravillosa oportunidad para redistribuir riqueza de forma fisiocrática sin la insoportable omnipresencia del Estado, resolver problemas de empleo y reactivar economías regionales!
Hay que encarar reformas laborales, sacarle la carga impositiva confiscatoria al campo, eliminar toda la burocracia absurda… ¡Pero también ponernos más exigentes en materia ambiental! Anticipándome a las críticas, puede que mi comprensión de la vida rural sea insuficiente y a partir de aquí debo dejar el lugar a los expertos. ¡No hay problema, los otros expertos silenciados están bien identificados!
Pero si entiendo de la importancia del aire y el agua limpios, los alimentos sanos y la biodiversidad ambiental para nuestra salud individual y colectiva. Además de ecologista, adhiero al capitalismo liberal, y no voy a ser yo el que pase la tranquera de un campo para decirle lo que tiene que hacer en su propiedad privada, pero el agua, el aire y los alimentos son un patrimonio compartido y los ciudadanos tenemos derecho a exigir que se devuelvan al sistema en el mismo estado en el que fueron utilizados.
¡Por supuesto, aspiro a una ética ecuánime! Lo mismo exijo para las mineras, las petroleras, las químicas… ¡Y para los intendentes! Un sistema cloacal eficiente, inversión en el tratamiento y reciclado de los residuos urbanos, ordenamiento del espacio público, forestación creciente, políticas de cuidado de la energía… ¡Somos el país con más impuestos del mundo! Qué se empiece a notar.
Llevamos décadas justificando disparates sin pies ni cabeza. ¡Siempre con el aval del sicariato de científicos a sueldo! No me hago muchas ilusiones; Arturo Illia, probablemente el mejor presidente de nuestra historia, fue derrocado por las farmacéuticas; con el poder creciente de las corporaciones químicas en su capacidad para influir en la opinión pública y su connivencia con la burocracia profunda, veo mucho más complicado el panorama actual: el crimen ambiental está legitimado y los activistas ambientales somos ridiculizados. Cuando no, como ocurre con frecuencia en otros países, asesinados.
No por ello debemos bajar los brazos. Aunque no podemos esperar mucho de la política financiada espuriamente para servir a intereses, nosotros seguimos teniendo el poder de nuestra billetera con la cual podemos optar por acompañar a productores locales conscientes, optar por alimentos orgánicos, producir algunos alimentos -aunque sea en macetas-, asociarnos con algunos vecinos para hacer una huerta o tener gallinas, hacer nuestro propio abono y aliviar la cantidad de desechos que tiene que procesar el municipio…
Es necesario cuidar el medio ambiente, es imposible y hasta insoportable que toda esta tarea esté únicamente en manos del Estado y debemos trabajar en la educación y concientización de los beneficios que esto trae para liberar estas acciones; de la misma forma que nosotros estamos apasionados por cuidar el planeta, también hay políticos, empresarios y productores en la misma sintonía. ¡Nuestra alianza debe ser con ellos!
Y el camino es simple: ¿Estamos felices de pagar un poco más por un alimento ecológico? ¿Somos conscientes de la importancia de comer alimentos reales y dejar a un lado los ultraprocesados que intoxican nuestro cuerpo y contaminan el planeta? ¿Estamos desesperados por cambiar un teléfono que todavía funciona perfecto? ¿Nos obsesiona vivir a la última moda o podemos darle un uso un poco más prolongado a la ropa que compramos hace uno o dos años? ¡Son nuestros hábitos de consumo los que marcan la tendencia global!
Si nosotros cambiamos nuestros hábitos de consumo, el sistema adapta sus formas productivas. ¡No hay pequeñas acciones! Al igual que no vemos las gotas cuando estamos ante la inmensidad del océano, nuestros pequeños gestos unidos forzaran naturalmente los cambios que estamos demandando. Ya lo dijo Gandhi: “Se el cambio que quieres ver en el mundo”.
(*) Pablo de la Iglesia es escritor especializado en temas de salud; se interesa cívicamente en una ética de la polis, en especial en las asignaturas de medio ambiente, la incorporación de la medicina natural a las políticas sanitarias y una mirada espiritual de la vida. Es coautor del libro “Espiritualidad y Política” (Kairos), junto a Ken Wilber, Leonardo Boff, Ervin Lazló, Antoni Gutiérrez Rubí, Federico Mayor Zaragoza, entre otros.
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