Ya nadie cree en los anuncios milagrosos del Ministro

Si hay algo que descubrimos del ministro Sergio Massa en nueve meses de gestión es que le encanta viajar. Y que le encanta hacerlo en aviones privados, o en aviones oficiales. Los aviones de línea son para la gilada.

Claudio Maulhardt

A China, a Estados Unidos, a Brasil… siempre con la gorra en la mano, mendigando unos milloncitos de dólares, con el quimérico fin de que no se note tanto que lo que nos faltan son los US$ 25 mil millones que nos sacó la sequía.

Si hay algo que descubrimos del ministro Sergio Massa en nueve meses de gestión es que le encanta viajar. Y que le encanta hacerlo en aviones privados, o en aviones oficiales. Los aviones de línea son para la gilada. A China, a Estados Unidos, a Brasil… siempre con la gorra en la mano, mendigando unos milloncitos de dólares, con el quimérico fin de que no se note tanto que lo que nos faltan son los US$ 25 mil millones que nos sacó la sequía.

Lo curioso del caso es que Massa no es ahorrativo a la hora de hacer anuncios. Que consiguió mil millones para invertir en Santa Cruz, que le autorizaron a gastar otros cinco mil millones del swap de monedas, que el FMI nos va a regalar dinero para que lo malgastemos para controlar el dólar paralelo. Papeles en el viento que quizás todavía convenzan a la alta cúpula del Frente de Todos, que se tragó el cuento de que no hay vida sin Massa. Cuentitos que el mercado financiero ya no cree, a juzgar por el precio de los bonos soberanos en niveles de remate, y por el aumento de la brecha cambiaria, en permanente riesgo de desmadre a pesar de los denodados esfuerzos del Ministerio y el Banco Central (BCRA) por controlarla.

El mismo Ministerio y el BCRA desmienten los anuncios de la llegada de dólares cuando emiten, a diario, regulaciones para restringir el acceso a los dólares. Si hubiera dólares, no habría porqué poner restricciones. La restricción al acceso de las provincias al Mercado Único y Libre de Cambios para comprar dólares destinados al pago de deudas con el exterior, definida esta semana, tiene sabor a fondo de olla. Las provincias tienen muchos votos en el Congreso. Ponérselas en contra parecía, antes de esta semana, un último recurso. Quizás no sea el último, pero estamos cerca.

El anuncio apunta a que las provincias usen los dólares que tienen depositados en cuentas bancarias para hacer los pagos, en lugar de pedírselos al BCRA. Pierden las provincias, que de haber retenido los dólares podrían defenderse de una devaluación de la que nadie duda, pero pierde también el BCRA, porque esos dólares también son parte de las reservas brutas que contabiliza la autoridad monetaria. ¿Entonces? Lo que le importa al Ministro es el efecto cosmético de la medida: en la cuenta de reservas acordada con el FMI, solo importan las reservas netas, que no incluyen ni el swap en yuanes, ni los encajes bancarios en dólares. Usar los depósitos bancarios en dólares para girarlos al exterior no altera la cuenta que mira el Fondo, pero hace caer el stock total de reservas. En lo que va del año, las reservas brutas del Banco Central cayeron más de US$11.500 millones, 10 veces el resultado negativo de la balanza comercial, pese al mar de restricciones para importar, pagar deudas con el exterior y ahorrar en dólares hoy en vigor.

La incredulidad que despiertan los anuncios del Ministro se manifiesta en que, a la par del deterioro de la huida del peso, se empieza a generar una huida de todo lo que tiene que ver con el sector público. Mientras los precios de los bonos de la República se mantienen en niveles de remate, los de los emisores privados se sostienen en niveles más razonables, e incluso, en algunos casos, aumentan.

Este fenómeno, que, en principio, parecía estar explicado por una suerte de “apuesta electoral”, según la cual el cambio hacia un gobierno más amigable con el mercado mejoraría los resultados del sector privado, está ahora enfocada en el notable deterioro del balance del sector público. Los ahorristas huyen de los bonos del Tesoro para comprar, con sus pesos atrapados por el cepo, activos del sector privado, cuyos emisores tienen menos deuda, no son deficitarios, son más amigables cuando deben refinanciarlos, y tienen acceso al mercado de capitales cuando lo necesitan.

Los desequilibrios acumulados indican que no será fácil el arranque para la próxima administración, que según las encuestas no estará en manos del oficialismo. Pero, además, es cada día más difícil creer que la administración actual logrará llegar hasta diciembre sin enfrentar un descalabro financiero y económico grave en el camino.

La magia se terminó, y las palabras de Massa se evaporan ante la más leve brisa. Los anuncios rimbombantes chocan con la realidad de un Banco Central que pierde reservas a un ritmo preocupante en los que son, en teoría, los meses estacionalmente más favorables para acumularlas. Todo hace pensar que lo peor de 2023 está al caer.

Hoy ya nadie se pregunta si va a haber más o menos inflación, o si habrá o no una devaluación, sino cuándo ocurrirá. El sector privado parece haberse ajustado. El sector público todavía parece encomendarse a la Divina Providencia, o a un super-Ministro que perdió sus poderes. Fuente: El Entre Ríos



Lo curioso del caso es que Massa no es ahorrativo a la hora de hacer anuncios. Que consiguió mil millones para invertir en Santa Cruz, que le autorizaron a gastar otros cinco mil millones del swap de monedas, que el FMI nos va a regalar dinero para que lo malgastemos para controlar el dólar paralelo. Papeles en el viento que quizás todavía convenzan a la alta cúpula del Frente de Todos, que se tragó el cuento de que no hay vida sin Massa. Cuentitos que el mercado financiero ya no cree, a juzgar por el precio de los bonos soberanos en niveles de remate, y por el aumento de la brecha cambiaria, en permanente riesgo de desmadre a pesar de los denodados esfuerzos del Ministerio y el Banco Central (BCRA) por controlarla.

El mismo Ministerio y el BCRA desmienten los anuncios de la llegada de dólares cuando emiten, a diario, regulaciones para restringir el acceso a los dólares. Si hubiera dólares, no habría porqué poner restricciones. La restricción al acceso de las provincias al Mercado Único y Libre de Cambios para comprar dólares destinados al pago de deudas con el exterior, definida esta semana, tiene sabor a fondo de olla. Las provincias tienen muchos votos en el Congreso. Ponérselas en contra parecía, antes de esta semana, un último recurso. Quizás no sea el último, pero estamos cerca.

El anuncio apunta a que las provincias usen los dólares que tienen depositados en cuentas bancarias para hacer los pagos, en lugar de pedírselos al BCRA. Pierden las provincias, que de haber retenido los dólares podrían defenderse de una devaluación de la que nadie duda, pero pierde también el BCRA, porque esos dólares también son parte de las reservas brutas que contabiliza la autoridad monetaria. ¿Entonces? Lo que le importa al Ministro es el efecto cosmético de la medida: en la cuenta de reservas acordada con el FMI, solo importan las reservas netas, que no incluyen ni el swap en yuanes, ni los encajes bancarios en dólares. Usar los depósitos bancarios en dólares para girarlos al exterior no altera la cuenta que mira el Fondo, pero hace caer el stock total de reservas. En lo que va del año, las reservas brutas del Banco Central cayeron más de US$11.500 millones, 10 veces el resultado negativo de la balanza comercial, pese al mar de restricciones para importar, pagar deudas con el exterior y ahorrar en dólares hoy en vigor.

La incredulidad que despiertan los anuncios del Ministro se manifiesta en que, a la par del deterioro de la huida del peso, se empieza a generar una huida de todo lo que tiene que ver con el sector público. Mientras los precios de los bonos de la República se mantienen en niveles de remate, los de los emisores privados se sostienen en niveles más razonables, e incluso, en algunos casos, aumentan.

Este fenómeno, que, en principio, parecía estar explicado por una suerte de “apuesta electoral”, según la cual el cambio hacia un gobierno más amigable con el mercado mejoraría los resultados del sector privado, está ahora enfocada en el notable deterioro del balance del sector público. Los ahorristas huyen de los bonos del Tesoro para comprar, con sus pesos atrapados por el cepo, activos del sector privado, cuyos emisores tienen menos deuda, no son deficitarios, son más amigables cuando deben refinanciarlos, y tienen acceso al mercado de capitales cuando lo necesitan.

Los desequilibrios acumulados indican que no será fácil el arranque para la próxima administración, que según las encuestas no estará en manos del oficialismo. Pero, además, es cada día más difícil creer que la administración actual logrará llegar hasta diciembre sin enfrentar un descalabro financiero y económico grave en el camino.

La magia se terminó, y las palabras de Massa se evaporan ante la más leve brisa. Los anuncios rimbombantes chocan con la realidad de un Banco Central que pierde reservas a un ritmo preocupante en los que son, en teoría, los meses estacionalmente más favorables para acumularlas. Todo hace pensar que lo peor de 2023 está al caer.

Hoy ya nadie se pregunta si va a haber más o menos inflación, o si habrá o no una devaluación, sino cuándo ocurrirá. El sector privado parece haberse ajustado. El sector público todavía parece encomendarse a la Divina Providencia, o a un super-Ministro que perdió sus poderes.

Fuente: El Entre Ríos

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