Tojolabal, panzaverde y krenak: tres modelos en el Día de la No Violencia
Por Daniel Tirso Fiorotto (*)
Pleno siglo XXI y los argentinos aún toleramos la violencia del amontonamiento de millones de familias en guetos llamados “villas miserias” o “barrios precarios”, cuando la miseria y la precariedad están exactamente enfrente, en los sectores de poder que naturalizan esa servidumbre moderna.
Es habitual un diálogo sensible sobre los males de la esclavitud, en estos días, pero la conversación fluye cuando se trata de la esclavitud del pasado, como si todo hubiera sido superado. Eso nos facilita hacer la vista gorda frente a los horrores que provoca el apilar las familias en lugares estrechos, con decenas de enfermedades que se potencian mutuamente.
Motivados por el Día de la No Violencia que se recuerda cada 2 de octubre en el mundo en homenaje al indio Mahatma Gandhi, volvemos la mirada hacia las violencias en el aquí y ahora.
Una de las acepciones de la violencia se entiende como la fuerza ejercida para dejar algo o dejar a alguien fuera de su estado natural. ¿Es natural el hacinamiento de las comunidades, rodeadas de espacios desocupados, librados a la especulación? ¿Cuánta violencia hay en el estado de indigencia, en la desocupación masiva, en los privilegios, en la falta de un lugar digno, en la proliferación de vicios con los negocios de los narcos, en el sostenimiento de próceres racistas, en la propaganda, o en la persistencia de opresiones en intersección?
Gandhi y la verdad
Mahatma Gandhi, nacido un 2 de octubre de 1869, cultivó la paz consciente, la paz firme, participativa, la paz valiente. Entre sus múltiples aportes a la humanidad está la práctica de la ahimsa, la doctrina de la no violencia hacia la vida, de no matar, de no hacer daño, de no provocar dolor físico o emocional, de cultivar el amor.
Desde esta cosmovisión, Gandhi creó el neologismo satyagraha, que se traduce como “fuerza de la verdad” y nos lleva a la desobediencia civil en paz, en circunstancias especiales.
Los panzaverdes, como se llama a los entrerrianos, han cultivado tradiciones por la paz que nos alumbran en tiempos violentos. Primera entre ellas, la veneración de la palabra, el respeto por la conformidad entre lo que se dice y lo que se piensa. “Y cuando la palabra empeña, es documento”, dice el poeta. Ese respeto por el paisano auténtico ofrece una base para las luchas firmes y en paz, como las que encabezó Gandhi.
Además, en nuestro territorio se ha practicado la reciprocidad en las relaciones de todo tipo; la hospitalidad, el trabajo colectivo y festivo, el espíritu servicial, la gauchada, la vida comunitaria, la igualdad desde la consigna “naide es más que naide”; el vivir bien y bello en sintonía con el resto paisaje, la rueda de mate para la amistad, la conciencia.
Desde Chiapas
En una línea parecida, los tojolabales de Chiapas hablan de la manera en que viven. En su lenguaje como en sus comunidades nadie queda afuera. Por eso repiten “nosotros” (tik) en cada frase, se curan en salud contra el individualismo, la fragmentación, la competencia.
Nuevamente la verdad, la sintonía entre las cosas, los pensamientos, los sentimientos y la palabra, en una cultura comunitaria.
El pensador de la cultura krenak llamado Ailton Krenak expone en sus obras una cosmovisión compartida por distintas culturas del mundo, y bastante oculta en el sistema actual, consumista, con predominio del dinero y el interés personal.
Dice Krenak: “Lamentablemente, desde la modernidad nos incitaron a insertarnos en el mundo de una marea competitiva… La educación que conocemos siempre tuvo el objetivo de formatear a las personas… Las niñas y los niños son portadores de buenas nuevas en todas las culturas. En vez de pensarlos como embalajes vacíos a los que es necesario llenar de información, al extremo de atascarlos, deberíamos tomar en cuenta que allí emerge una creatividad y una subjetividad capaces de inventar otros mundos -lo cual es mucho más interesante que inventar futuros… Mirar siempre hacia el futuro, y no hacia lo que nos rodea, está directamente asociado con el sufrimiento mental que atormenta a tanta gente… y el vasto ecosistema del planeta Tierra también está sufriendo el estrés de esa aceleración”.
Si el mundo se basa en ganarle al otro, en vez de compartir con el otro, entonces es lógico que muchos queden al margen. La violencia empieza, pues, por la concepción desviada del universo que, luego, tratamos de ocultar con mil excusas.
Agrega Krenak: “Nosotros, que persistimos en la experiencia colectiva, no educamos a las niñas y los niños para que sean campeones en algo, sino para que sean compañeros… lo que nuestros niños y nuestras niñas aprenden desde muy temprano es a poner el corazón al ritmo de la tierra”.
Para resumir: entre apuros, competencias, compras, disputas, vamos entretenidos sin mirar con detenimiento los efectos de un sistema que acumula violencias contra las personas y contra la biodiversidad, que contiene a esas personas: doble violencia, pues. En el otro mundo posible, cultivado por milenios, está la mirada “nosótrica” que, “al ritmo de la tierra”, no deja a nadie y a nada afuera.
Una familia
Minga Ayala, con más de nueve décadas de experiencia en el territorio entrerriano, ha cultivado con su familia los valores que expresan los tojolabales, los krenak, y sus comprovincianos panzaverdes. Es apenas un ejemplo de la continuidad de los valores de la paz firme, aceitada en las relaciones horizontales, como antídoto contra la violencia, y en la conciencia sobre los vínculos de la humanidad con los árboles, las aves, el río, el barro mismo. Esa red garantiza una cierta serenidad, donde todo fluye.
“Los ríos, esos seres que siempre habitaron los mundos en diferentes formas, son quienes me sugieren que, si hay un futuro a pensar, ese futuro es ancestral, porque ya estaba aquí”, dice Krenak.
Antes, el paraguayo adoptivo Bartoméu Meliá dijo que el sistema de reciprocidad del guaraní y su vida en relación armónica con la naturaleza es “la memoria del futuro”. En el Día de la No Violencia, estas bellas manifestaciones de la paz alumbran el camino.
(*) Artículo originalmente publicado en Uno.
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