¿Qué esconde la Agenda 2030?

Cuando la Asamblea General de la ONU adoptó la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en el año 2015, honestamente me puse muy contento; se presentó como “un plan de acción a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, que también tiene la intención de fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia”.

¡Tampoco es que saltaba de entusiasmo! Una simple resolución no haría que, por obra de magia, las mismas personas que ostentando el poder crearon o fomentaron la pobreza, la desigualdad, la contaminación o el consumismo, de un día para otro se conviertan en santos patronos del bien común en su expresión más virtuosa; sin embargo, una declaración de intenciones abría la posibilidad de debates globales, nuevas miradas y el potencial de pequeños pasos que, con mucha suerte y optimismo, alentarían a seguir caminando.

Nos dijeron:

«Estamos resueltos a poner fin a la pobreza y el hambre en todo el mundo de aquí a 2030, a combatir las desigualdades dentro de los países y entre ellos, a construir sociedades pacíficas, justas e inclusivas, a proteger los derechos humanos y promover la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de las mujeres y las niñas, y a garantizar una protección duradera del planeta y sus recursos naturales.”

Y yo honestamente pensé que el camino iba a ser facilitar la creación de empresas, flexibilizar el mercado laboral e, incluso, crear un espacio de economía social que favorezca la capacitación y la rápida inclusión de los desfavorecidos a la economía competitiva; en su lugar, y con matices, vemos políticas que favorecen una mayor concentración de riqueza y poder en pocas manos, destruyen las clases medias y nivelan para abajo para que los más pobres sean un poco menos miserables, y otros, antes autosuficientes y libres, entreguen este estatus y comiencen a depender del creciente dirigismo estatal con dádivas subordinadas a la obediencia creciente.

No soy afín al exceso de regulaciones, pero en el estado de cosas actual, aceptar algunas normas básicas de cumplimiento estricto para facilitar una producción más limpia y respetuosa, lo encuentro aceptable; después de todo, es evidente que la ambición humana, con frecuencia no tiene límites y se transforma en una codicia parasitaria capaz de destruir todo con tal de satisfacer sus incontrolados deseos adictivos. Incluso, para quienes, a falta de algo mejor, nos definimos capitalistas, deseamos que el sistema se proteja de su versión salvaje. Por lo menos para que en lugar de desaparecer violentamente y extinguirnos en el camino, pueda evolucionar pacíficamente.

La producción de alimentos ante una posibilidad fuera de agenda

En lo que refiere a la producción de alimentos, pensé que estábamos ante la posibilidad de ver crecer las producciones agroecológicas. Por ejemplo, limitar el crecimiento de los feedlots que engordan vacas hacinadas con cereales y alimento balanceado y volver a la producción pastoril tradicional.

Por supuesto, la mejora cualitativa de la carne, también implicaría una merma cuantitativa. Esto redundaría en un aumento en los precios y un menor consumo, lo cual tampoco es un problema objetivo, pues, hoy son más los problemas de mal nutrición asociados a los excesos que a los defectos: un menor consumo de carne más sana y limpia implica un potencial de mejora sanitaria notable.

A eso debemos agregarle que la producción pastoril se integra mejor a un sistema agroecológico en el cual se reducen los gases de efecto invernadero por la sencilla razón que las vacas que comen su alimento natural -pasto-, se tiran muchos menos pedos que las que comen granos. ¡Bien callejero para que no olvides un dato simple que se oculta para manipularnos!

Y si se hacen las cosas muy bien, el ganado incluso contribuye a recrear una economía productiva regenerativa. Tenemos que meternos en la cabeza que las pobres vacas no tienen absolutamente nada que ver con el efecto invernadero, incluso pueden ser parte de la solución; la responsabilidad es del poder y su ambición desmedida de expoliar el esfuerzo del productor a través de impuestos confiscatorios, regulaciones desproporcionadas que desalientan la iniciativa de pequeños emprendedores locales y dependencia creciente de supuestos paquetes tecnológicos costosísimos y sin valor agregado real a lo que la naturaleza hace mejor por sí misma.

La agroecología requiere más mano de obra y menos dependencia de las estafas legitimadas de las corporaciones químicas y tecnológicas. Esto es una gran oportunidad para que el mercado genere por si mismo oportunidades laborales y redistribuya fisiocráticamente la riqueza sin que nos acordemos de las regulaciones socialistas que solo sirven para alimentar burocracia parasitaria y capitalismo de amigos.

Un pequeño productor con diez hectáreas, puede tener un sistema agroecológico diverso y resiliente que, entre otras cosas, sostenga 20 vacas y vivir dignamente. “Pablo es un soñador”, los escucho decir con sarcasmo. ¡Basta de pelotudeces y empecemos a trabajar por un sistema que funcione circularmente y no dejando una cagada a cada paso!

La modificación brutal de nuestras tradiciones gastronómicas

En su lugar, en nombre de la Agenda 2030, nos proponen un consenso obligado de nuestra idea de la realización personal y nos escupen en la cara “en el 2030 no tendrás nada y serás feliz”. ¡Y podés creer que pueden hacerlo posible! Si identificaron a un virus que, misteriosamente se comió a todos los que causaban gripe, lo recargaron con un poco de miedo esparcido por unos cuantos mercenarios de la comunicación catastrófica, llevaron a límites inaceptables los recortes a la libertad y solo con eso ya nos están manejando como marionetas, podés imaginar de lo que son capaces. ¡A eso le llaman Nuevo Orden Mundial!

En lo que refiere a la producción de alimentos, los que ingenuamente se oponen a cambiar hacia sistemas agroecológicos y son empleados sin sueldo de las mafias globales que se han apoderado de la independencia de nuestros gobiernos, estimo que, al paso que vamos, pronto se quedarán hasta sin la posibilidad de seguir produciendo. ¿Porqué?

Porqué a la ingeniería social que intenta hacer del mundo una Gran China con propietarios, ni siquiera le interesa que unos coman y otros produzcan carne de verdad, por seguir con el mismo ejemplo. Y al mejor estilo Bill Gates, que ponía a tu computadora en peligro al hacerla vulnerable a los virus informáticos para que dependa de los antivirus, ahora ponen al mundo en peligro para que clamemos para que nos salven a cambio de nuestras libertades. ¡El miedo anula la razón y los poderosos alargan sus tentáculos para asfixiar las instituciones y el derecho!

En nombre de la soberanía alimentaria, cientos de funcionarios alrededor del globo, luciendo sus pines de la Agenda 2030, nos proponen insectos, carne artificial y alimentos ultraprocesados en nuestros platos. Para ello no se necesita trabajar mucho el campo, sino fábricas automatizadas; a lo cual tampoco me opondría si la propuesta apuntara a frutos ambiental, sanitaria y económicamente positivos. Pero ya dijeron que no tendrás nada, aunque te resistas a creerlo y sigas identificado con tu antiguo estatus de clase media a pesar que ya no ahorres para cambiar el coche sino las gomas. ¿Exagero? En Europa ahorran para pagar la luz y el gas este invierno; si tienen la suerte de tener suficiente, por supuesto.

Punto por punto, podríamos seguir desenredando los disparates que nos venden detrás de unos postulados tentadores; lo importante es abrir los ojos y ver como los mismos patrones se repiten y, por derecha y por izquierda, en lugar de aportar a un mundo mejor para todos, están creando una postal gris en la cual los colores serán un privilegio de muy pocos.

Y esto no se trata de un país, o de supuestas guerras entre países, sino de una guerra entre unos pocos y la humanidad. Nuestra misión es abrir los ojos y no alimentar, con nuestros hábitos y elecciones, al bando equivocado.

(*) Pablo de la Iglesia es escritor especializado en temas de salud; se interesa cívicamente en una ética de la polis, en especial en las asignaturas de medio ambiente, la incorporación de la medicina natural a las políticas sanitarias y una mirada espiritual de la vida. Es coautor del libro “Espiritualidad y Política” (Kairos), junto a Ken WilberLeonardo BoffErvin LazlóAntoni Gutiérrez RubíFederico Mayor Zaragoza, entre otros.

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