¿Greenwashing o protección ambiental?

¿Greenwashing o protección ambiental?

Soy ambientalista de los de antes; nada que ver con los discursos mercenarios que comienzan a imperar hoy día y que tienen como propósito el greenwashing de las corporaciones y los gobiernos que quieren hacer parecer que todo cambia para que nada cambie para los privilegiados de siempre.

En el caso de las grandes corporaciones, se trata de seguir creando una sociedad aún más dependiente de sus soluciones tecnológicas y propuestas consumistas sin valor agregado real. Un ejemplo son las grandes químicas que suministran agrotóxicos y que hasta aquí solo han contribuido a envenenar el ambiente, a sacar a cientos de miles de pequeños agricultores del juego en todo el mundo y a arruinar el capitalismo reduciendo la competencia y empequeñeciendo la base de protagonistas; ha llegado el día en el que ya nadie se sorprende ante los avances que regulan cada vez más la producción de alimentos hasta el punto que podemos vislumbrar un futuro no muy lejano que hasta para producir hortalizas en nuestra huerta o comer de nuestros propios frutales va a requerir peaje y autorización burocrática. ¡Hay muchos funcionarios que afirman que eso, en nombre de la seguridad alimentaria, debería ser así! Lo cierto es que la policía de la comida es cada vez más estricta en todo el mundo, afectando en especial a las pequeñas producciones, que son justamente las que tienen una mejor capacidad de producir más limpio y más sano.

En el caso de los gobiernos, que ya no son gobiernos sino lacayos del poder real, si estabas harto del paternalismo, hay un claro movimiento globalista que busca arrodillarnos para que supliquemos que nos dejen comer de su mano; si alguien tiene dudas como puede ser el futuro de la humanidad a este ritmo, tan solo tiene que mirar el experimento argentino del presente siglo y observar la permanente degradación de vastos sectores de la población sin otra cosa que hacer que reclamar un aumento en sus ayudas sociales. ¡Y todo esto en un contexto productivo que no solo es cada vez menos competitivo económicamente, sino que sumamos el récord de ser el país de la región que más degrada su ambiente!

¡Más de lo mismo vestido de verde y con supuesta credibilidad científica a fuerza de repetir una y otra vez las mismas mentiras obvias hasta para un niño tonto! Con esta amenaza sobre el capitalismo liberal, lamentablemente no vemos una potencial reducción del daño ambiental, pero definitivamente están dejando sin aire a la competencia, la innovación y las posibilidades de inclusión y movilidad que estas han generado durante décadas.

Hemos visto caer el comunismo y probablemente estemos viendo caer al capitalismo, mientras vemos el surgimiento de una organización global que mantiene lo peor de ambos, entre otras cosas, la pérdida de nuestras libertades tapadas por el mismo montón de basura y devastación de siempre. ¡O peor! Ahora no pretenden resolver los problemas fomentando un cambio de hábitos hacia la producción y el consumo inteligente, sino reduciendo la población matando consumidores y destruyendo a los pequeños y medianos emprendedores.

El mundo no solucionará sus problemas si unos pocos se apoderan de la economía y de la gobernanza para decidir que es más conveniente producir, como hacerlo, que comer o cuando viajar; mucho menos si la ciencia, que debe darnos respuestas con pretensiones de objetividad, es corrompida en función de intereses, ideologías y propuestas salvadoras de supuestos iluminados y filántropos. Más bien tenemos que seguir por el camino de nuestros mayores éxitos alimentando una mejor democracia, perfeccionando el Estado de Derecho, conjugando con maestría creciente los derechos individuales con los colectivos, mientras ampliamos nuestras libertades; de esta manera, la investigación, más necesaria que nunca, tendrá las garantías para desenvolverse sin condicionamientos y buscar soluciones que tengan como eje el mayor bien de todos.

La buena gobernanza también es clave para la gestión ambiental. Se sustrae por medio de la corrupción aproximadamente el 5% del PBI global; de acuerdo a ACNUD, lo cual equivale a 10 veces las ayudas oficiales para el desarrollo. Los presupuestos ambientales se ven aún más afectados que otros por estas malversaciones, fundamentalmente por falta de conocimiento de la comunidad; por ejemplo, un mecanismo muy común es que los municipios reciban o destinen partidas para la creación o restauración de áreas protegidas que suelen llegar muy mermados a su propósito y los que lo hacen suelen ser dibujos políticos bizarros para financiar favores políticos.

Actualmente, en Argentina, se está trabajando mucho en una ley de humedales y todo indica que terminará siendo otro maquillaje verde para calmar a quienes reclaman “Ley de humedales ya”, pero que en realidad puede terminar siendo otra caja en la que las provincias recibirán fondos con poca auditoría y que podrán manejar con mucha discrecionalidad. Por supuesto, antes o después, esto que debió ser una inversión para agregar valor al conjunto, terminará siendo afectado a los gastos que realmente hay que ajustar. ¡Ya lo sabemos de memoria! El que no ve es porque no quiere.

Este sería un mal menor sino fuera un ingrediente más que se suma al secretismo en los contratos con petroleras y mineras con licencia para hacer cualquier cosa sin dar explicaciones; la autorización compulsiva de organismos modificados genéticamente, los cuales, de ser plebiscitados, no serían legitimados por la ciudadanía; o las reglamentaciones caprichosas contra los desmontes que avasallan la propiedad privada en los papeles pero son legitimados de hecho con penalizaciones irrisorias que claramente tienen un propósito recaudatorio muy alejado de la intención de proteger el medio ambiente. Te plantean un ideal imposible de cumplir por un lado y permiten que se haga cualquier cosa por el otro. ¡Argentina es un país de locos!

La falta de gobernanza impide la organización de la sociedad para protegerse del avasallamiento de los poderosos. ¿Cómo es esto? Es muy difícil prevenir los delitos ambientales y, en el mejor de los casos, la justicia llegará muy tarde cuando el daño está hecho. Los ciudadanos asumimos que muy pocos políticos están dispuestos a actuar con honestidad intelectual en defensa de los genuinos intereses del medio ambiente o de su hermano gemelo, la salud; y si el poder deja que alguno lo haga, se asegura que esté lo suficientemente aislado como para que no prospere y, de vez en cuando, se le ofrezca la posibilidad de firmar una resolución al servicio del greenwashing para calmar al electorado.

Esta es una columna de resistencia de alguien que ama la naturaleza, la salud y desea el bienestar para la humanidad desde mucho antes que estos discursos que proclaman buenas intenciones ocultando un juego perverso y regresivo. Hemos presenciado como durante la pandemia, en nombre de la urgencia, gran parte de la población aceptó y celebró el recorte de derechos individuales que no solo no han sido recuperados, sino que este sacrificio ni siquiera fue útil para mejorar la salud colectiva; ahora, en nombre de un supuesto cuidado ambiental, redoblan la apuesta y van por más de lo mismo.

Tenemos que meternos en la cabeza, que el cambio verdadero no se impone ni se obtiene por manipulación, para que sea verdaderamente sustentable se trabaja desde la información, la educación y la toma de consciencia. ¡Mantengamos los ojos abiertos y actuemos justo donde estamos!

Pablo de la Iglesia

(*) Pablo de la Iglesia es escritor especializado en temas de salud; se interesa cívicamente en una ética de la polis, en especial en las asignaturas de medio ambiente, la incorporación de la medicina natural a las políticas sanitarias y una mirada espiritual de la vida. Es coautor del libro “Espiritualidad y Política” (Kairos), junto a Ken WilberLeonardo BoffErvin LazlóAntoni Gutiérrez RubíFederico Mayor Zaragoza, entre otros.

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