La peor herencia que recibió Alberto Fernández es la propia

Una lluvia de malas noticias cae sobre el gobierno cuando está por comenzar la campaña. Es producto de los errores cometidos con las vacunas, la economía y una absurda política internacional.

Como en el último gobierno militar las malas noticias llegan de afuera a través de medios internacionales. Mientras los locales se ocupaban profusamente del culebrón de la interna del PRO, el jueves se supo que Wall Street había mandado a la Argentina a la última categoría financiera. Pasó sin estaciones intermedias de mercado emergente a “standalone”, logro que comparte con países como el Líbano.

Esta verdadera libanización financiera no tiene efectos prácticos inmediatos más allá de la pérdida de valor de empresas que cotizan en Nueva Cork, porque para el país no hay inversión ni crédito disponibles, pero ilustra perfectamente cómo el gobierno empeoró todo lo que podía empeorar desde que se instaló en la Casa Rosada.

En esta misma página fueron publicados el 16 de mayo pasado entretelones de una reunión de Alberto Fernández con empresarios franceses en el marco de una gira europea. A puertas cerradas el presidente alardeó de que no firmaría ningún acuerdo con el FMI hasta que el organismo no hiciese el “mea culpa” por el préstamo concedido a Mauricio Macri. Pero debió oír las advertencias de los hombres de negocios sobre el cepo y los controles cambiarios que hacían imposible recuperar inversiones y dividendos.

La degradación financiera del país tardó poco más de un mes pero se produjo inexorablemente, a pesar de un coro de prensa paraoficialista que trasmitía un supuesto éxito de la gira presidencial. Bloomberg hasta llegó a afirmar que el Club de París no quería ejecutar la deuda argentina en mora. Ahora se informa que hay que desembolsar 430 millones de dólares de las escasas reservas para evitar el default.

Las finanzas internacionales no tienen un impacto en la campaña, pero otras cuestiones en las que erró el gobierno, sí, como las sanitarias, económicas y de política internacional.

En el primer caso el país sobrepasó los 90 mil muertos por Covid y avanza rápidamente hacia los 100 mil. La causa principal es la falta de vacunas, cuestión en la cual el gobierno prefirió marginar a las empresas norteamericanas en beneficio de Rusia, China y otras elecciones “geopolíticas” que no cumplieron sus compromisos de entrega.

Como consecuencia de ese desastre ya no se discute sobre la relación del gobierno con Sigman o Putin, sino sobre si quienes recibieron una primera dosis de Sputnik pueden ser inoculados con otra vacuna porque de la segunda no hay noticias.

Los funcionarios alegan que nunca discriminaron a los proveedores por nacionalidad, pero la ley que traba el ingreso de las de Pfizer sigue intangible.

Otro asunto con impacto en la campaña es la inflación que paradójicamente el gobierno alienta. El presidente venía aplicando una política de ajuste fiscal ortodoxo piloteada por Martín Guzmán que fue dinamitada por Cristina Kirchner.  La vice declaró inaceptable cualquier compromiso con el FMI antes de fin de año y abrió las compuertas del gasto. Tomó la delantera acordando a los empleados del Congreso un aumento del 40%, lo que hizo que la CGT pidiera la reapertura de las paritarias. Se había plegado a la iniciativa de Guzmán y quedó descolocada por la penúltima finta del presidente. Consecuencia: la inflación que marchaba a una velocidad crucero del 3 al 4% mensual, tendrá un nuevo envión  cuando los aumentos se vuelquen al consumo. Por lo pronto el dólar paralelo, bajo control desde fines del año pasado, retomó la carrera ascendente.

En pocas palabras, mientras el estado con una mano congela tarifas, pisa el dólar, cierra exportaciones y pone precios máximos para frenar la carestía, por la otra “le pone dinero en el bolsillo” a la gente para que presione sobre la demanda. Juega al bombero pirómano. Nada nuevo: el actual gobierno tendrá dos cabezas, pero carece de ideas.

El área, sin embargo, en el que las incoherencias resultan asombrosas es la de la política internacional. En materia de derechos humanos ha hecho una religión del doble estándar y la gambeta.

El martes 15 en la OEA se negó a condenar a la dictadura nicaragüense por la persecución y encarcelamiento de opositores. El lunes 21 convocó al embajador en Managua, pero 24 horas más tarde se volvió a negar, esta vez en la ONU, a apoyar un reclamo de elecciones libres y la liberación de presos políticos en el país centroamericano.

Estas idas y vueltas merecieron críticas no de la derecha ultraconservadora sino de organismos como Humans Right Watch que le reprochan la conducta zigzagueante. También que subordine cuestiones de principio a las alianzas regímenes dictatoriales. En suma, paga el precio de la política internacional anacrónica del Instituto Patria, que empeora (todo lo empeora) con una diplomacia errática y amateur.

Sergio Crivelli / La Prensa

 @CrivelliSergio

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